(06-10-2013)
¿Era feliz?
Esas son
las dos palabras en las que pienso ahora a mis 23 años.
De niño
recuerdo que me divertía jugando con los cochecitos y canicas que me compraba
mi madre, cada día un cochecito nuevo y yo saltaba de emoción, jugar con ellos
creo que me hacía feliz.
Mis
primeros cumpleaños los recuerdo sólo por fotos, una piñata en el aire sujetada
por un pequeño hilo, pero vamos, en aquellos días nadie lo notaba. Varios niños
aplaudían a uno del centro, con un trajecito rojo y con algunas rayas, en esa foto
se reía, al igual que todos, parecía feliz…
Mi primer
día de clase lloré, mi madre, al ver que no entraba, me dijo una mentira y yo
le creí, acto seguido entre con una sonrisa, di unos cuantos pasos y escuché
detrás mio la puerta cerrarse, lloré y lloré, entré a mi salón y seguí
llorando, los demás niños me miraban, en esos tiempos no me importaba, sólo
quería irme. Llegó la una de la tarde, una sonrisa dibujaba mi rostro y salía
contento junto a mis nuevos compañeritos del aula. Los días que siguieron también
recuerdo que fueron así, podría decirse que era feliz.
En casa
hacía mis tareas, trataba de terminarlas lo más pronto, afuera estaban mis
amigos de la vecindad, a veces jugábamos ahí, otras veces sentíamos el viento
con nuestras bicicletas y unas cuantas corríamos alocadamente al lado de las
cometas. Cada día era algo bonito y algo nuevo. ¡Vaya que me divertía! Por ahí
ya tendría 9 años, juraría que era feliz.
Un nuevo
colegio llegó, sus colores: verde y crema, conocí muchas personas buenas, para
mi mente de niño todos lo eran, y fue ahí que conocí a mi primer amor, de
nombre Susana, como una flor. Me gustaba ser amigo de ella, me gustaba
regalarle cositas, en ese tiempo lo que podía conseguir eran galletitas y
caramelos, me daba por servido con un “gracias”. Pasaron semanas, meses y un
año más, nuestra fiesta de promoción llegó con tambores, se eligieron las
parejas, sí, ella fue mi pareja. Llegó el día, nuestros profesores nos
felicitaban y nos daban las bendiciones para nuestros años futuros, unas velitas
en plena penumbra daban el toque especial de la ceremonia, dando comienzo a una
pequeña celebración. Esa noche terminé oficialmente la primaria en el colegio
“Mariano Beraún Fuentes”, esa noche me divertí mucho, algunos iríamos a otros
colegios, lo que me ponía contento era que iba a estar junto a mis amigos en
ese otro colegio. Terminando la noche y pensando… era feliz.
Como todo
niño, varios sentimientos fueron despertando en mí, estaba creciendo. Siempre
van llegando nuevas personas a nuestras vidas, nuestro círculo cada vez se hace
más grande y comienzan a entrar muchas personas, en mi caso entraron como unas
30. Me gustaban las clases, las matemáticas eran divertidas y no prestaba mucha
atención a las letras, me consideraba alumno aplicado, terminé ese primer año
con el primer puesto.
A los doce
años llegué a un nuevo salón junto a mis amigos, ese año también llegaron
alumnos nuevos y un nuevo amor. R tenía la mejor sonrisa de todas, sentía
que iluminaba el salón, era bonita, inteligente y divertida, el primer día
quise ser su amigo, y así fue, cada día le acompañaba en el mismo autobús. Pero
no todo era tan feliz, mis sentimientos cada día iban madurando, al igual que
mi forma de pensar, llegaban días en el que me preguntaba la razón de estos
nuevos sentimientos, porque ya no eran gustos pasajeros, era algo que dejaba de
ser un simple gusto, que hacía latir muy fuerte a mi corazón… pero eso no pasó
hasta que llegó el tercer año. Obviando los exámenes y los trabajos de
investigación diría que en ese entonces era feliz.
Tenía 13
años cuando conocí el amor que jamás olvidaría ni hasta ahora, claro que en ese
entonces no lo sabía. Me alegraba saber que la mayoría de nosotros ya éramos
una familia, los chicos nuevos que llegaban al poco tiempo se unían a nosotros,
aunque las travesuras a veces nos ocasionaban varios problemas, eso era algo
que nos hacía especiales. A mediados de año, creo que en el mes de Agosto,
conocí un nuevo amigo, su nombre era J, paraba bromeando con otro chico,
él se llamaba A, sin querer nos hicimos buenos amigos, y lo bueno de eso
es poder salir a varios lugares a divertirse o hasta cumplir el mismo castigo
por jugar en clase. Varias cosas me
llamaron la atención de , y es que creo que era como yo, los libros y los
cursos del colegio le gustaban, quizás su forma de ser… Ese año rescato muchas
cosas bonitas, mi mejor amiga Z, que me consoló en oportunidades, y la
primera persona en la que mis lágrimas cayeron sobre su hombro, fue mi gran
ayuda y mi gran amiga. Hasta ahí, con llanto y dudas, pude sonreír al día
siguiente, afortunado de las personas que me rodeaban siempre pude seguir mi
camino. Viendo aquellos tiempos… sí era feliz.
Con el
cuarto año llegaron también mariposas a mi estómago, ¿Puedes saber de quién?
Mis mejores
amigos: J y Z, siempre podía contar con ellos, me hacían reir y hasta
a veces enojar, pero siempre al terminar las clases comenzábamos de nuevo. Me
gustaba pasar el tiempo con J, creo que por eso iba en las tardes al
colegio, porque al final del día nos acompañábamos de camino a nuestras casas.
Algo que nunca olvidaré será aquella noche que, mirando el cielo en la azotea
del colegio, él se acercó. Yo estaba nostálgico, las noches en Lima en esos
años eran claros, las estrellas se podían apreciar claramente, algo de mi
rogaba al cielo que él se acercase, que se pusiera a mi lado y me diga algo más…
no sé si fueron mis palabras o si la luna quiso cumplirme mi deseo, pero justo
en ese momento noté que se acercaba, se arrimó junto a mi, a mi izquierda y me
dijo: “Mira esa estrella, ¿vez su luz?, allá donde esté esa estrella pudiera ya
estar muerta, pero nosotros aún podemos observarla, el cielo es muy bonito.”
Yo, mirando el hermoso universo traté de contener mis lágrimas, pero la luz de
la luna delataban a mis ojos, sólo pude sonreir porque él estaba ahí,
contándome una historia de las estrellas, ue, por cierto, jamás lo olvidé.
En mi
interior nacía un sentimiento, algo hermoso, era el momento cumbre de mi alma,
una llama que ni el viento más fuerte ni la marea más inmensa podría apagar: me
enamoré, pero no un amor como cualquier otro, esto era especial. A veces me
daban ganas de verlo, llevaba mis cuadernos y tocaba su puerta, pasábamos la
tarde practicando, pero mi motivo oculto era que podía verlo, que podía pasar
unas horas más con él, sin el ruido del colegio ni el alboroto de la calle, éramos
sólo los dos, un cuarto y nosotros dos, donde podíamos reir, bromear, pasarla
bien. A veces sus acciones me distraían, a veces pensaba que me correspondían,
caricias, halagos, eso me hacía la persona más feliz, lo sentía mutuo. En aquellos
años eso era todo lo que quería, su compañía era lo más importante, dejó de ser
mi mejor amigo para convertirse en mi único amor. Yo era feliz, estoy seguro
que él también.
Un día
discutimos, una tontería. Cuando tenía 15 años el enojo por parte mia duró un
día, por su parte fueron semanas. Mi orgullo y el suyo hicieron que los días
pasaran sin mirarnos y sin saludarnos, por dentro no lo soportaba, quería ir a
tratar de reconciliarnos pero no podía, me daba miedo, no quería que me dijera
que se había acabado. Los días pasaban sin novedad, no me sentía igual, me
faltaba él, su compañía era muy importante pero ya no lo tenía, sonreía con los
demás, trataba de seguir avanzando, pero siempre el recuerdo de él venía a mi
mente y derrumbaba mi corazón.
Se
escuchó en el salón de clases que se iba a otro colegio, esa historia me lo
contó un día en su casa, cuando éramos felices, yo no podía creerlo, me negaba
a creerlo, quise hablarle, en verdad lo quise… pero las palabras no me
salieron. Desde el día siguiente él no volvió nunca a nuestra aula.
Cada día
pasaba cerca a su casa, a la distancia veía su puerta, esperando que se abriera
y me viera y que todo se arreglaría, pero eso no pasó. Día a día mi rutina era la misma, aunque él
no lo supiera, yo volvía su puerta y me alejaba
sin poder hacer nada.
Un día una
amiga, me convenció de hablar con él, me llevó hasta su puerta y lo
tocó, yo no sabía que hacer, me había quedado quieto, sin poder pensar, no
quería que se abriera esa puerta, no lo quería… pero era la única forma de
hacerlo, era la única forma de hablar con él. La puerta se abrió y mi amiga se
comenzaba a alejar.
Estaba cara
a cara con él, creo que mis ojos se comenzaban a dilatarse, él me mostró una
pequeña sonrisa, me hubiera gustado hablar más, pero lo poco que dije y lo poco
que dijo fue suficiente para mi, ya no estaba molesto y al fin, luego de mucho
tiempo, podía sentirme tranquilo.
Los días
que pasaban, iba a visitarlo con aquella amiga, pasábamos ratos riéndonos de las
cosas del día, de mi, de él… pero cada día que pasaba mi corazón me decía que
ya era hora, que tenía que expresarlo, mi cabeza me detenía, no sabía qué hacer,
además, el fin de año se acercaba, cada día me iba alejando más de mis demás
amigos, salvo algunos, y me iba acercando más a él, comencé a tomarle menos
importancia a los demás para sólo pensar en él… dejé de lado la fiesta de
graduación y me dediqué a pensar en aquel amor, que me hacía sufrir y me hacía
reir. Pensé en un regalo, !Un libro ¡, a él le gustaba uno de Dan Brown, yo lo
tenía, aunque no tan bonito ni tan nuevo como hubiese querido, pero le fue dado
con gran cariño y estima, un día antes lo hice, escribí una dedicatoria, pero
no como otras cualquiera, además, era la única forma de hacérselo saber, que mi
amor ya era tan grande que ya no se podía apagar. Por obra del destino y no sé
cómo, su mochila llegó a mis manos, no desaproveché la oportunidad y le dejé el
libro ahí.
En aquellos
días sabía que me arriesgaba a perder a mi mejor amigo, hasta ya suponía que
era el último día que lo vería, estaba preparado me dije.
Como lo
pensé, al día siguiente ya no lo vi, ni al siguiente, ni al siguiente… Terminó
el colegio, terminé con mis amigos, terminé con mi único amor… si él no estaba lo demás ya no era importante
para mi, podía seguir con mis cosas, pero ya no serían igual. Hice mal los
cálculos, porque yo no estaba preparado, no podía perderlo así, no podía dejar
de visitarlo, quería que estuviera cada día en mi vida y que tuviera mi vida
cada día en la suya, pero las cosas nunca pasaron más como quería que pasaran,
el universo ya no me hizo caso, por más que rogué y supliqué verlo una vez más,
no tuve fuerzas para hacerlo.
Con 16 años
perdí lo más importante que tenía y me sentí muy triste, algo muy difícil de explicar,
mi vida cambió, no quise saber nada de esa vida, quise olvidarlo y comenzaba a
construir un muro que separase su vida de la mia, pero aquel muro siempre se
derrumbada, no era lo suficientemente fuerte como para soportar el dolor. Otra
vez caía y otra vez me alejaba más y construía de nuevo, cada vez con el mismo
resultado, donde lo único que existía era él, su recuerdo se volvió tan fuerte
e intenso que me seguía hacia donde iba ya no pude escapar.
Dicen que
los años pasan y uno va mejorando. Hoy tengo 23 años y me siento exactamente
igual desde el día que te perdí, por más que te he buscado no puedo
encontrarte, perdí ya muchas cosas, perdí varias alegrías, perdí varias ideas…
pero no te hecho la culpa de nada, porque no es tu culpa, es mia… por sentir
tan intensamente, por no poder olvidarte, por seguir todavía con esperanzas y
por saber que al final tú ya te habrás olvidado de mi y que ahora eres doctor,
como me dijiste ¿te acuerdas? Lloraré porque ahora eres feliz y lloraré porque
no puedo compartir esa felicidad, porque
mis palabras ya se las llevó el viento y las tuyas… las tuyas las llevo
cada día de mi vida en mi corazón… y ahora, mientras escribo esto, lloro por no
poder decírtelo, tan sólo quedará como aquella vez… en palabras nacidas de mi
corazón, palabras que quizás no las veas nunca y que quieren decir sólo una
cosa…
Desde donde estés...
TE AMO
DE: FREDDY
SUPANTA
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